viernes, 7 de enero de 2011

Que no flaqueará jamás...

Un Negro de Mierda, compañero, co equiper de aventuras, me inspiró. Él dice que le escribí una carta de amor. No lo es, pero me alegra que su autoestima le indique que todos lo aman.
Está modificado, pero es buena gente. Es marido.

Porque tengo un marido de años. De muchos años. Como cincuenta años de casados, ponele. Pero no cincuenta de ahora. Cincuenta de cuando los nonnos y las nonnas y los abus y las bobes festejaban las bodas de la bandeja de oro y plata. Y acá no hay oro ni plata. Ni oropel ni latón. Y claramente no hay bandeja.

Acá hay un acuerdo tácito -deberías ver, cómo sangro sin sangre y no lastimo- de mutua compañia y algo de lascivia.

Hay algunos problemas. Hay derechos adquiridos completamente vacíos, huecos. Hay atribuciones que rozan la nimiedad y en su insignificancia crecen y se reproducen y tan indolentes a lo que debería estar, ocupan el lugar todo.

El del derrotero de los que están pero no están, el que completa el cartón es mi marido.
El del no plan, el que no se sube al ascensor, el militante, el del millón de anécdotas para los pibes. El que te saca la ficha viste, pero hacés el movimiento ese de cintura al que ya te acostumbraste y del que ya te aburriste y cuánto, y así, como de cuenta que no te sacó nada, ni la ficha.

Al que disfrazás de lobo y de cordero y de lobo y de cordero. Levantarse y seguir levantarse y SIEMPRE seguir, dicen que dice. Bah: dijo. Y quedó. Como ese 27 de octubre quedó.

"Hoy se aburrió, se aburrió de pena", nena. Porque cuando lo escuchás una vez es simpático, cuando lo escuchás dos veces es porque se lo estás haciendo escuchar a alguien, y cuando lo escuchás por tercera vez, cagaste.

Estoy con citas, de esas del cantautor. Pero de los hombres que son para ser arte, con tres petacas y un cortafierros él te grita un Viva Néstor y te cala hasta los huesos. Hondo, diría Enrique.

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